miércoles, 1 de abril de 2020

TELETRABAJO EN LA UNIVERSIDAD


            Dentro de la desgracia, de lo poco bueno que está trayendo esta crisis del coronavirus es que está desenmascarando algunas de las incomprensibles costumbres sociales más inveteradas que arrastrábamos desde antes de la generalización de internet. En estos días nos estamos dando cuenta de que muchas burocracias no son necesarias, y que una gran cantidad de personas pueden trabajar desde casa. Cuidado, no obstante, con generalizar el modelo. No todos disponen en casa de un espacio donde trabajar, dados los precios de la vivienda de antes de la pandemia. Ya veremos después.

            Con todo, algo que es posible que se reforme tras esta crisis es el modelo de estudio universitario. Hace ya mucho tiempo que en general –hay excepciones– se impuso en España –no así en otros sitios– el modelo de profesor que llega a clase y dicta apuntes. Hay que reconocer que es un modelo muy cómodo para los alumnos, que llegan ya a casa con resúmenes de la materia que luego pueden estudiar. Pero se piensa poco en que también es comodísimo para los profesores, que año tras año pueden limitarse a leer sus propias notas en clase, sin más esfuerzo.

            El modelo es muy negativo para el aprendizaje, y de hecho es el que provocó las críticas a la clase magistral. Aleja a los estudiantes universitarios de la lectura de libros, lo que repercute muy negativamente en su formación, que queda confinada a los apuntes. Y va transformando a los profesores en autómatas incapaces de salir de su pauta y que apenas investigan, lo que es terrible para la ciencia. A diferencia del resto de profesorado, el universitario tiene la obligación de investigar para generar conocimiento que transmita en sus clases. La Universidad es el primer eslabón de la cadena docente, y si se anquilosa en la repetición de los apuntes de cada año, esa pobreza intelectual la padecen todo el resto de niveles de la docencia hasta la enseñanza infantil, porque todos ellos beben de los frutos de la investigación universitaria. Si esos frutos no se cosechan, el modelo se agota y la enseñanza y el consiguiente aprendizaje cada vez se quedan más atrás.

            El teletrabajo de estos días está obligando a los alumnos a acudir a los libros online o electrónicos, que debieran ser más baratos o estar financiados en parte por las arcas públicas para que los alumnos no se empobrezcan adquiriéndolos. Reproducir online la docencia tradicional no es realista, porque no todos los alumnos disponen del mismo nivel de conexión ni de la misma infraestructura para seguir las clases. Al contrario, unos vídeos breves explicativos de lo más esencial o más dificultoso de cada tema debiera bastar, realizando después tutorías online para la resolución de dudas.

            Estos días estoy poniendo en práctica ese modelo, y por los mails con cuestiones de los alumnos que voy recibiendo, debo decir que nunca el nivel de sus preguntas había sido generalizadamente tan alto. No pregunta igual quien nada sabe, que aquel que previamente se ha documentado leyendo, y se nota extraordinariamente. La profundidad de reflexión está aumentando, y si seguimos en esta línea es bastante probable que el nivel de formación de la “generación del coronavirus” sea francamente superior. Limitándolo a la materia de la que soy profesor, ello redundará en que en el futuro tendremos mejores jueces, fiscales, abogados, etc. Y que cuando esos profesionales lleguen a la política –algunos lo harán– serán sin duda personas más preparadas para gobernar, lo que será en beneficio de todos.

            Es posible que ello acabe cambiando el modelo universitario. Después de esta tragedia parece inevitable una crisis económica que nos va a obligar, nuevamente, a apretarnos todos el cinturón. Esta crisis, a diferencia de otras, la estamos sufriendo todos y a la vez.

Quién sabe si ello propiciará un cambio definitivo en la docencia universitaria, menos presencial pero con presencia más útil, centrada en el razonamiento abstracto de los debates en clase, en las prácticas y en las preguntas informadas de alumnos que sabrán que no tiene sentido venir a clase sin haber leído antes. El profesorado deberá investigar más y mejor, y las aulas se llenarán de auténticas clases magistrales que merezcan ese nombre, en las que ya no exista la salmodia de los apuntes, sino la luz intelectual del razonamiento abstracto. Libertas perfundet omnia luce –la luz de la libertad lo ilumina todo–, dice el lema de mi querida Universidad de Barcelona. Podría ser el de cualquier otro centro docente. Sólo son libres las personas a las que les gusta pensar.